lunes, 9 de septiembre de 2013

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Tres.

Dos.

Uno.

Oscuridad.

El foco ubicado en la esquina superior izquierda se prendió. Parte del cuarto quedó sumido bajo la intensa luz roja que el mismo desprendía  Automáticamente el sistema que proporcionaba energía de emergencia se activó. Las bombillas parpadearon unos instantes hasta que la tensión que estaba siendo distribuida a lo largo de toda la fortaleza se estabilizó.

InuYasha golpeó, iracundo, con un certero golpe de sus manos el destartalado teclado de un viejo computador del siglo XXI. El monitor, igual de arcaico y lleno de polvo, marcaba el uno por ciento del progreso. Una décima antes que la energía se cortase había estado a punto de dar con ellos. Siempre contaban con un par de segundos extras —algunas veces incluso un minuto completo— para terminar el proceso de rastreo y guardar la ubicación. Rastrearlos era vital.

Era lo único que los mantenía con vida.

A salvo.

—Están siendo precavidos.

Miroku, uno de los oficiales de turno y encargado del ala oeste, arrastró los pies sobre el piso poroso. Tenía un aspecto cansino, y la tonalidad violácea bajo los chispeantes ojos azules daba cuanta de la magnitud del descontrol producido la noche anterior en la zona que él custodiaba.

—Sessohumaro me envió hasta aquí para verificar si el proceso llegó a completarse; pero tu cara me ha dicho todo lo que necesito saber y trasmitir.

—No estoy de humor para sermones tan largos.

—¿Cuándo tú has estado de humor? Hasta tu hermano es más simpático en ciertas oportunidades. Y Dios sabe a quién nos estamos refiriendo.

—¿No tienes otra cosa que hacer? ¿Alguna persona que molestar? ¿Algo?

—Negativo. Además, Sango salió con el escuadrón.

—¿Por qué no fuiste con ella? Es peligroso que una mujer ande sin protección.

—Tenía cosas que hacer, como verte a ti por ejemplo. Ella está en buenas manos. No iba a permitir que la cuidara alguien por el cual no siento un mínimo de confianza.

Su acompañante se dejó caer en la silla de al lado mientras le daba una rápida mirada a la pantalla. Torció la boca en un gesto de desagrado y se llevó el casero cigarro a los labios. InuYasha arrugó la nariz cuando los perfectos espirales hechos de humo le dieron en el rostro. Detestaba el olor a cigarro. Lo ponía nervioso. Poseía un olfato mucho más sensitivo que el de la clase promedio. Era una maldición mas que una bendición.

—Aleja esa porquería de mí, Miroku. —gruñó, abanicándose con una de sus manos—. Fuma en otro lado, bastardo narcisista. Sabés que esa mierda me ahoga.

Miroku echó la cabeza hacia atrás y rió entre dientes. ¿Bastando narcisista? Menudos amigos llegaba a tener uno. Le dio una nueva pitada al cigarro, más prolongada que la vez anterior, y exhaló el humo a conciencia sobre InuYasha.

—¡Carajo! ¡Qué apagues esa mierda te he dicho!

De un certero manotazo le quitó el cigarrillo de los labios y se lo arrojó el piso. Frenético, lo pisó con la punta del pie unas cuantas veces.

—Hombre, ¡eres un exagerado! ¿Tienes idea cuánto me cuesta conseguir otro de esos?

—Diez minutos como máximo. Es el tiempo que tardas en seducir y meter mano a Yura. Cuando Sango se enteré de cómo los consigues gritaras de verdad.

—No tiene que saberlo. Ninguno es propiedad del otro. —Dijo, pragmático y con un encogimiento de hombros—. La pasamos bien juntos y nos cuidamos mutuamente.

—Díselo a ella.

—¿Es mi culpa ser tan irresistible para las mujeres?

—Porque mejor no te largas de aquí. No tengo deseos de escuchar tus tonterías.

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¿Qué es ésto? Algunos se estarán preguntando. Bien, no tengo la más pálida idea. 

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