martes, 26 de octubre de 2010

Nocturno: Cáp III

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Nocturno

Inuyasha es propiedad de Rumiko Takahashi. La trama de la historia es de mí autoría. Prohibida la completa reproducción de la misma.

Summary: [AU] "Una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de música de alas... Esta noche, solo; el alma llena de infinitas amarguras y agonías de tu muerte"

Capítulo III: Muerte

Ella busco el calor de sus brazos murmurando en sueños algo completamente inaudible.

La escucho con claridad lanzar un profundo suspiro cuando la apreso entre sus brazos, para brindarle el calor que el cuerpo de su esposa estaba buscando. Kagome volvió a su pacifico sueño mientras él solo aspiraba, como empapándose de su aroma, el perfume tan característicos de sus cabellos.

Habían quedado, días atrás, los malestares que complicaron el estado de salud de su esposa, pero una idea fija estaba clavada en su mente, y por más que se repetía constantemente que solo era producto de su imaginación, aquella no se esfumaba.

La extrema palidez de su nívea piel, los mareos constantes que terminaban en nauseas; donde muchas de aquella veces al observarla luego a los ojos, Kagome mostraba el cuerpo lánguido y su mirada aguada como si ya no contara con restos de fuerza, con restos de vida.

También mucha de aquellas veces tuvo que sostenerla en brazos.

Esos episodios que para él parecían repetirse una y otra vez lo hacían temer, por eso mismo es que se había atrevido a hablar del tema con Miroku; obligándolo a que guardara silencio y no se atreviera a comentarle del hecho a Sango.


Su amigo le había planteado otro panorama frente a sus ojos, otro panorama que no era trágico y amargo.

La remota idea de que todos esos síntomas delataban que Kagome pudiera estar esperando un hijo suyo lo hacía vibrar de alegría. Solo necesitaba esa esperanza, esa ilusión, para que sus problemas y sus trágicos pensamientos se escurran como agua entre las manos.

Él quería hijos con Kagome.

Deseaba que los pequeños "demonios" corrieran por la casa, que físicamente y espiritualmente se parezcan a la mujer que amaba, que se parezcan a su madre. Quería cuidarlos y protegerlos siempre.

Las formas del cuerpo femenino lo llevaron a los brazos de Morfeo donde pudo soñar aquello que idealizaba.

Su más deseado anhelo.

Cuando despertó fue sobresaltado y empapado en sudor, su sueño se había transformado en una pesadilla. Se apretó con fuerza el costado de sus sienes y temió despertar a su esposa, pero él se llevo la sorpresa al encontrar vacía el lado de la cama donde Kagome tendría que estar dormida.

La llamo con voz potente mientras se reincorporaba del lecho, pero el silencio de la noche era la única respuesta a su llamado. Un escalofrío le recorrió por la espina dorsal, el sudor se volvía frío en su cuerpo y hasta podía jurar que escuchaba los propios latidos de su acelerado ritmo cardiaco.

No le agradaba lo que estaba sintiendo.

Con pasos lentos, que resonaban en el silencio, camino saliendo de la habitación, tratando de que su vista se adecuara a las sombras y figuras de la noche.

Metros cerca de la escalera que conducía a la planta baja de la casa, un bulto en el piso capto plenamente su atención y sin que él pudiera remediarlo el propio respirar se volvía forzoso.

Completamente inerte, sin moverse ahí estaba ella.

-¡Kagome!

El sonido potente de su voz rompió el silencio y esparció nuevamente el miedo por todo su cuerpo.

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Para él las horas transcurrían lentas. De todos modos ya había perdido la noción del tiempo. Estaba perdiendo aquello que más le importaba. Nadie se lo había confirmado, pero en el fondo de él ya lo sabía.

No era un hombre que mostrara sentimientos de tristeza, de pena o de amargura. Él jamás lloraba.

Ahora, ese cúmulo de sentimientos le provocaba esa aprensión en el pecho, ese dolor inexplicable que lo dejaba sin aire y sin fuerzas.

Sentía como el manto nocturno lo cubría por completo arrastrándolo a su propia desesperación y desolación.

Escucho con claridad como unos pasos se acercaban presurosos a su encuentro, casi notando la misma desesperación que él sentía.

— Señor Taisho

Por segunda vez en su vida escuchaba su apellido salir de la boca de aquel hombre, de la boca del individuo más importante en la vida de su esposa; porque la misma estaba en las manos de ese hombre. Levanto su rostro y lo observo en silencio.

El hombre estaba agitado y hasta podía notar que portaba un semblante de tristeza.

— Por favor sígame, señor Taisho

Esta vez ni siquiera replico, ni siquiera objeto palabra alguna; solamente siguió al doctor de su esposa en silencio y con la mirada gacha. El trayecto fue corto hasta el despacho del mismo. El hombre lo obligo a tomar asiento mientras éste bordeaba el escritorio y se sentaba al frente suyo con una carpeta en la manos.

El doctor carraspeo incomodo. Esta vez ya no había juramente hipocrático de por medio que impidiera decirle a aquel hombre la verdad de lo que su esposa padecía.

Le quedaban horas, solo días.

— Hace seis meses atrás su esposa vino a verme —comenzó a narrar con voz pausada y mirándolo fijamente. Recordaba tan claramente aquel día— En aquel entonces aun era una mujer soltera, se registro con su apellido de soltera. Su esposa no vino por un examen de rutina señor Taisho, su esposa vino para saber el por qué de los constantes dolores de cabeza que últimamente tenia —le aclaro mientras abría la carpeta que reposaba hasta ese momento en su escritorio y buscaba los primeros exámenes de su paciente— Jamás había visto un caso como en el de su esposa y mucho menos en una mujer tan joven y de tanta vitalidad.

Inuyasha sintió que algo dentro de él comenzaba a romperse, algo que jamás volvería a repararse.

— ¿Qué le sucede a Kagome?

El doctor pudo notar que a pesar de formular la pregunta por completo, el tinte de voz del hombre era amargado. Al igual que su esposa, el hombre frente a él se estaba muriendo por dentro.

— No sabe como siento decirle esto pero… —no podía evitar que a él también se le quebrara la voz, era ver a su propia hija postrada en aquella cama conectada a un respirador y luchando por sus últimos segundos de vida— …su esposa padece cáncer

Ahí estaban todas sus sospechas, todos sus sueños vueltos pedazos, ahí estaba todo una vida idealizada encerrada en una sola palabra.

— El estado es terminal, no hay nada que podemos hacer más que esperar lo inevitable —el hombre frente a él estaba ido, con la mirada fija en el escritorio. Quieto y sin pronunciar palabra alguna— Realmente…realmente no sabe cuánto lo siento, señor Taisho

Tampoco esta vez recibió respuesta, solamente el mutismo absoluto que dejaba entre ambos el incomodo silencio de la verdad descubierta.

Paso junto al hombre, luego de levantarse de su asiento en silencio. Como profesional y como persona común sabia que debía dejarlo un momento a solas. En su despacho no sería molestado. Le daría el tiempo necesario para procesar y asimilar la noticia.

No alcanzo a caminar más de unos cuantos pasos hacia la puerta, porque en menos de un segundo estaba siendo agarrado del cuello de la bata y unos ojos  con las pupilas dilatadas llenas amargura e ira se clavaron en los suyos.

— ¡No vuelva a decir que lo siente! —grito Inuyasha sujetando con mayor fuerza al hombre que comenzaba a  volverse blanco como el papel— ¡Usted jamás podría sentirlo!

Su propio cuerpo temblaba ante la desesperación, la furia, el miedo, el vacío inminente en toda su alma. Kagome, su esposa se estaba muriendo, y él esperaba que se quedara de brazos cruzados viendo como la mujer que amaba le era arrebatada.

— ¡No hizo nada!... ¡Absolutamente nada! —volvió a gritar, con un voz que le desgarraba la garganta. Conteniendo por primera vez sus lágrimas, lágrimas amargas.

Todo su mundo giraba y daba vueltas, todo se había fragmentado y nada podía repararse.
¿Qué importaba lo que sucedía con él? ¿Qué importaba?

Para él todo estaba perdido. Kagome se moría, y con ella moría él.

Sonrío de forma amargada y soltó por fin al médico que, ni siquiera, había hecho alguna tentativa para soltarse.

— Ya era tarde cuando lo descubrí. Su esposa me obligo a guardar el secreto.

Y entonces se precipito al suelo cayendo derrotado, dándole la libertad a sus lágrimas de vagar por sus mejillas. Su puño se estrello contra el suelo de mármol una y otra vez, hasta que dejo de sentir el dolor quemante en sus huesos, hasta que ya no escuchara los gritos del doctor y los pasos que se acercaban a él.

Ya no quería escuchar. No deseaba sentir nada más.

Solamente quería morir de la misma forma que ella lo estaba haciendo.

Solamente quería estar a su lado sin importarle el precio o las consecuencias.

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¿Qué se sentía ver morir a la persona amada?

¿Qué se sentía saber que no se puede hacer nada?

Abrazo al cuerpo inerte y frío, al cuerpo que ya nunca volvería a tener el mismo calor. La abrazo con ahínco, con fervor; con fuerza para anhelar un milagro. Para que Kami se apiadara de él y la volviera a sus brazos.

Para que ella correspondiera aquel abrazo.

Pero ella jamás volvería a corresponder algún abrazo. Jamás volvería a sonreírle. Jamás volvería a mirarlo de aquella forma que lo transportaba a otro mundo y lograba que pudiera perderse en su mirada sin importar el tiempo.

¿Qué se sentía?

Se sentía morir en vida.

El mismo manto nocturno había unido sus vidas y el mismo manto nocturno la apartaba de su lado.

Lloro sobre su pecho gritando su nombre y murmurando cuanto la amaba, respirando nuevamente el perfume de sus cabellos. Añorando que ella lo mirada cuando el beso sus labios casi morados y fríos. Deseando sentir el corazón latir en su pecho.

Deseando que todo fuera un juego de su mente, una pesadilla donde pronto despertaría y solo sería un mal recuerdo.

Pero eso nunca sucedió.

La noche se había llevado el alma de su esposa.

Solo ahora comprendía su comportamiento. Solo ahora notaba las señales que siempre estuvieron frente a sus ojos pero que nunca vio.

Ella había intentado protegerlo. Había intentado alargar su alegría y evitar cuanto podía su sufrimiento.

Ella poco a poco se comenzaba a despedir de él.

Cuando la soledad de la propia noche lo cubrió asemejándose a la de su alma, supo que definitivamente ya nada le importaba en este mundo.

Se perdió entre las calles silenciosas, se perdió en su propio dolor.

Él no quería volver a sentir, solo estar a su lado.

Por eso extendió sus brazos aun con su rostro empapado en lágrimas y dejo que aquella luz y sonido estridente fueran lo último que sintiera sobre su cuerpo.

Solo cerró los ojos y dejo de sentir. Dejo que la misma noche conducirá su alma junto con la de ella.

Kagome

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— ¿Eres feliz?

Esta vez él no había sido el causante de aquella pregunta. Esta vez la mujer que estaba entre sus brazos contemplando las estrellas en el firmamento era la causante.

Para ellos no existía el tiempo, no existía nada más que no fuera el amor que sentían el uno por el otro. Para ellos lo ajeno a su amor era dañino.

Inuyasha la beso y pudo volver a sentir su calor, esa calor que alguna vez le había sido arrebato de su cuerpo. Esa dulzura en sus besos.

Pero ahora ya nada volvería a alejarla de su lado.

Ni quiera la propia muerte había podido…Ellos estaban juntos.

— ¿Eres feliz? —volvió a inquirir ella sin apartar su vista y tratando de fundirse en su calor, con la certeza de que ahora podía cumplir su promesa.

— Mucho

El manto nocturno termino de cubrirlos y ella sonrío con dulzura.

Por la eternidad permanecería a su lado…

Fin

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