martes, 11 de junio de 2013

Chantaje: Avance del cap XX

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Nota: No todos saben cuál ha sido el motivo por lo que este fic lleva parado cinco meses, en los que pronto serán seis. Mi mundo emocional, mi vida, sufrió un fuerte golpe el 27 de marzo. Los detalles serán dados el día que suba el capítulo. Aquí no me resulta apropiado. Antes de dejar el fragmento quiero que sepan que ésto es lo único del fic que tengo escrito hasta el momento, y lo he escrito en este instante porque la llegada del último review me trajo de vuelta las ganas de reencontrarme con algo que amo. No abandonaré ninguno de mis trabajos. Muchos comprenderán la demora cuando lean el motivo.

Disfruten.

Chantaje
Inuyasha es propiedad de Rumiko Takahashi. La trama de la historia es mí autoría. Prohibida la reproducción completa de la misma.

Summary: "— ¿Aceptas?... Era una simple pregunta, pero en su caso la sentenciaba al mismo infierno; y él era el verdugo que se encargaría de conducirla, de darle el golpe de gracia". AU


Avance: Capítulo XX

Sus ojos descendieron hasta el reloj de pulsera sin detener el tamborileo de sus dedos.

Estaba retrasado.

Con absoluto hermetismo posó su mano sobre la taza declinando el cordial ofrecimiento de la mesera. No era una mala infusión, algo que le resultaba particularmente extraño. Su paladar estaba acostumbrado a las más finas delicias. Y,  aunque aquel café tampoco era el mejor que alguna vez hubiera probado, entraba en la corta lista.

Dedujo que no compartiría su descubrimiento con nadie. Además,  lo hiciere o no, era irrisorio. Nadie de su círculo creería que un pequeño café de la zona este de Tokyo pudiera superar los estándares de la élite.

No sólo la bebida era agradable —la palabra se cargaba de una cierta semántica diferente e insólita que la hacía reír— sino también el ordenado y pequeño local. Al parecer, contaba con un porcentaje de clientela frecuente; lo que daba un aspecto de absoluta afabilidad y buen trato pese a los problemas particulares de ambas partes. En algunas mesas donde la familiaridad era dada por la concurrencia diaria, la atención resultar más cercana. Las sillas se volvían divanes y los meseros confidentes temporarios.

El aroma de las galletas recién horneadas y de las tortas de manzana llenaba la estancia junto al sonido constante de las máquinas de café. Los empleados volaban hasta la barra para acercar los pedidos o cargar en las bandejas las órdenes.

Pensó que el dueño del lugar era estricto a la hora de hablar de pulcritud. Los pisos y el mobiliario brillaban como nuevos, y los trajes que el personal usaba para trabajar estaban impecables.

Allí no había nada que ella pudiera considerar proveniente de su mundo, pero se sintió como en casa; rodeada de sus costosos y finos muebles de estilo y de su ropa de diseñador.

— Lo siento, ¿demoré mucho?



Escuchar su voz la tomó por sorpresa, algo que no le sucedía desde hacía un tiempo. Con Inuyasha respirando sobre su cuello estaba más atenta y persuasiva. Quería minimizar el riesgo que implicaba ser abordada de semejante forma.

— Te asusté. No estaba en mis places que sucediera —se excusó—. Pensé que habías oído el ruido de la silla.

— No, estaba absorta.

Él alzó ambas cejas extrañado mientras adoptaba una posición más cómoda.

— Es inquietante en ti. ¿Hay algo que quieras contarme?

— ¿Y qué podría contarte yo a ti? —las comisuras de sus labios se asaltaron unas pocos centímetros para plasmar una burlona sonrisa—. Nada de lo necesario, y déjame decirte que ello ya lo sabes.

Miroku se echó hacía atrás, dejando que su espalda reposara plenamente en el respaldo de la silla. Alzó ambas manos a la altura del torso en una clara señal de verse atrapado. Contempló en silencio como Kikyou bebía un sorbo de café y relajaba la postura. Tuvo deseos de preguntar por el atuendo que hoy llevaba puesto, aunque lo que más le llamaba la atención era el cabello. Lo traía suelto. Relajaba su rostro y le brindaba un aire místico y bello.

Kikyou siempre había sido bella; pero allí, en aquel instante, parecía terrenal y no etérea. Una mujer normal.

— Y sí, demoraste. La puntualidad no es para ti.

— ¿Cuánto?

— Quince minutos.

— Entonces estoy dentro de los límites permitidos.


— Pero no de los míos.

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